Los cazadores autorizados por el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) utilizan palos, trampas y armas de fuego para, eventualmente y como lo fue hace un tiempo, vender la piel y la carne del animal, que se ha convertido en el principal depredador en la zona más austral del país.
Los enormes dientes del castor roen con fuerza la madera de los árboles del bosque magallánico y en apenas un par de horas, pueden lograr que el tronco quede “colgado” y se quiebre, cayendo en dirección del curso de agua que los castores ya han determinado.
Y sobre ese árbol derribado, otro más y otro más y otro más… Hasta dar forma a una sólida represa artificial.
Esa construcción se refuerza con ramas y pasto y llega a ser tan robusta (si vale esa expresión) que hay que usar fuerza, herramientas e ingenio para destruirla.
Al interrumpir los cursos de agua, medianos y pequeños, esas represas desvían el agua e inundan vegas o terrenos bajos pero boscosos: los árboles que quedan en esas lagunas artificiales pueden considerarse condenados a muerte en poco tiempo, porque sus raíces terminan pudriéndose.
Y las vegas inundadas ya no cobijan animal alguno; ni peces y sólo hierbas inútiles, pero, en uno de sus extremos y bien disimulada, por cierto, una castorera y sus entradas muy bien ocultas, porque este roedor protege a su hembra y a sus crías como pocos.
Llega hasta su guarida nadando bajo el agua hasta alguno de los accesos o bien, se hunde tras un tronco o un matorral, con el mismo fin, con un ingenio que poco tiene que envidiar a otros animales bien diferentes, como el zorro, las liebres o el mismo hombre.
Los cazadores autorizados por el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) utilizan palos, trampas y armas de fuego para, eventualmente y como lo fue hace un tiempo, vender la piel y la carne del animal, pero tanto en las inmediaciones de Puerto Williams como en la Isla Navarino misma, el número de castores ha disminuido, pero…
Desde hace un lustro, se ha detectado la presencia de castores a unos 35 kilómetros al sur de Punta Arenas y existe fundada y creciente inquietud porque estos simpáticos, pero dañinos animalitos, ya estén más cerca, ya que se estima que avanzan unos seis kilómetros por año y, singularmente, siempre en dirección norte.
Depredadores naturales no existen como en Canadá, donde los osos y los lobos dan cuenta de muchos de ellos y equilibran el ecosistema
En Parrillar se han encontrado fecas de pumas y de zorros, con evidencias de que más de un castor cayó en esas fauces y en Tierra del Fuego, los perros “asilvestrados” también los devoran, pero hacerlo no es fácil porque cuesta llegar a sus madrigueras, es difícil sorprenderlos en el bosque y porque sus incisivos afilados son de temer: uno de los perros de un trampero aficionado, B.Ch., de 59 años, trabajador de una estancia fueguina, perdió una pata al enfrentarse a un castor que, finalmente, logró escapar.
Se estima en diez millones de dólares, sólo a seiscientos pesos cada uno, el dinero necesario para darle una batalla frontal a este roedor, llegado desde el sur de la parte argentina de Tierra del Fuego, entre 1946–47, como materia prima de una industria peletera que fracasó, y que a comienzos de los años 60 ya estaba en territorio chileno y avanzó hacia el norte, saltando el Beagle, las islas adyacentes, cruzando el Estrecho de Magallanes y asomándose a la ciudad de Punta Arenas.
Los operadores turísticos alertaron de su presencia en la parte sur de la isla fueguina; se quejaron y se quejan de una política de Estado para enfrentar el problema, más ahora que “se trancó” la medida legal que permitía la caza de los dañinos “perros asilvestrados”, o “salvajes” o “cimarrones”.
Pero es bueno traer la declaración de una destacada científica, Bárbara Saavedra, de Wildlife Conservation Society, WCS, quien estimó que el 95 por ciento de las cuencas de la isla de Tierra del Fuego están dañadas por los castores.
Y el SAG chileno calcula en 5 mil 500, al menos, las hectáreas afectadas por la actividad de los dañinos roedores, que forman una galería de especies dañinas al medio ambiente austral, como los jabalíes y los visones.
Y para terminar y formular la invitación pertinente a las autoridades y a los organismos, públicos y privados que corresponda para que se ocupen más de este problema, consignaremos lo señalado por Bárbara Saavedra, respecto de los efectos de la actividad de los castores: “han ido dejando una cinta de muerte en la biodiversidad acuática”...
Más que suficiente …¿O no?.-