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La singular tarea de realizar un censo de cóndores en Magallanes

El cóndor es un ave carroñera, por excelencia, algo así como un “primo mayor” de caranchos, tiuques, jotes o cernícalos; no ataca a animales vivos ni menos es capaz de clavar sus garras en un cordero y llevarlo al nido para alimentar a sus polluelos: simplemente, se alimenta de carroña, de animales muertos en la pampa y así, contribuye a limpiarla.

Es maravilloso ver, apreciar y fotografías a aves tan imponentes como los cóndores, porque jamás en Tokio podremos verlos así como los hemos visto hoy”, confidenció un matrimonio de profesores japoneses a uno de los muchos guías turísticos de Magallanes.
El comentario lo hicieron, hace sólo un par de meses, en las inmediaciones de la Villa Cerro Castillo, en un alto en el camino, mientras apuntaban sus avanzadas máquinas fotográficas hacia las estribaciones de la sierra cercana, donde planeaba un trío de cóndores., sin aletear, como suspendidos en el aire.
Es que visión de un cóndor impresiona no sólo a los turistas, sino que, también, a cuanto magallánico o visitante de estas tierras australes tenga el privilegio de avistarlos en estos cielos despejados, luminosos, contra cuyo azul se recortan las anchas alas, el cuerpo del ave, su collarín blanca y su cabeza coronada por una cresta roja.
Aunque su situación, en términos de número de ejemplares, es un poco mejor que la del huemul, su compañero en el escudo nacional chileno, existe inquietud porque ha habido acciones, a ambos lados de la frontera patagónica que podrían afectarlo gravemente.
El cóndor es un ave carroñera, por excelencia, algo así como un “primo mayor” de caranchos, tiuques, jotes o cernícalos; no ataca a animales vivos ni menos es capaz de clavar sus garras en un cordero y llevarlo al nido para alimentar a sus polluelos: simplemente, se alimenta de carroña, de animales muertos en la pampa y así, contribuye a limpiarla.
La “leyenda negra” que pesa sobre el cóndor ha hecho que algunos ganaderos envenenen esa carroña y, de esa manera, han eliminado no pocos ejemplares, cuyos restos son, a su vez, devorados por otros carroñeros que pueden perder la vida por efecto de las dosis de veneno que pudieran haber quedado en el cuerpo ya sin vida del cóndor víctima de esta poco humanitaria práctica.
Pero, aún así, es posible apreciarlos a lo largo de la ruta que parte en Punta Arenas y se extiende hasta la Tercera Barranca, pasando por Palomares y por Castillo y otros puntos, como Sierra Dorotea, que fueron visitados y estudiados hace ya un tiempo por equipos científicos de la Wildlife Conservation Society – Chile, la cual encargó esa ardua y difícil tarea a un biólogo especializado en el manejo de recursos naturales, Alejandro Kush, quien trabajó cuatro años en el Cerro Palomares, principalmente censando las aves en sus dormideros o condoreras, sitios en los que se refugia las aves durante la noche.
No ha sido fácil acceder a esos lugares. Tampoco lo ha sido contar los cóndores, porque esas aves pueden desplazarse hasta cien kilómetros por día en busca de alimentos y así, no conocen fronteras ni límites.
Pero aún así, los cóndores, con sus alas de gran envergadura, sus collarines blancos y sus crestas rojas, seguirán adornando los cielos magallánicos para deleite de sus habitantes, de sus visitantes, de sus turistas.
Ayudar a protegerlos es una tarea que nos incumbe a todos, responsablemente, aunque haya quienes digan que cuando la responsabilidad es de todos no es de nadie. Y que no vaya a ser como lo que ocurre en Ecuador, donde se contabilizó a sólo 190 ejemplares, o en Venezuela, donde el ave está casi extinguida. Larga vida, pues, al rey de los cielos australes: nuestro cóndor.

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